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Dejar el celular sobre la mesa es de mala educación

Por: Angélica María Pardo López

Aunque se trata de algo muy básico, al parecer la mayoría no se ha enterado aún de que dejar el celular encima de la mesa es un acto de mala educación y de falta de amabilidad y consideración. La razón es simple: cuando uno se sienta a comer, a tomarse un café o a departir simplemente con otra u otras personas, lo hace porque quiere su compañía y tiene interés en lo que tengan que contar o compartir con uno. De otro modo ¿para qué reunirse? Cuando usted está con otros probablemente espera de ellos su atención, así como seguramente ellos de usted.

Pero si alguien deja el celular encima de la mesa, está transmitiendo a todos los presentes el mensaje de que importan menos que su teléfono y toda la infinidad de notificaciones intrascendentes que interrumpirán sin tregua cualquier intento de conversación. Por cierto, dejarlo boca abajo no es más amable. ¿Qué conversación seria y compenetrada se puede tener con alguien que a la menor distracción aparta la mirada y se ocupa de cualquier otra cosa en su dispositivo móvil? Hay quienes tienen el descaro de revisar el Facebook, el Instagram o incluso de ver videos delante de su interlocutor. He sido testigo directo de que hay miles de personas incapaces de disfrutar una película en el cine o un concierto porque no pueden resistir el impulso enfermizo de revisar la pantalla de su celular.

Dos personas cenando, discutiendo por el uso del celular.

La atención de amigos y hermanos que llevan meses sin verse es cruelmente arrebatada por este aparato que, aunque presta grandes servicios, también genera grandes males por el uso exagerado e incorrecto que de él se hace. Nadie está presente y todos se sienten más solos que nunca. ¿Ha notado que cuando alguien comete la descortesía de usar el celular en el restaurante, en el café, etc. la otra persona, que se siente tonta e ignorada, en vez de reclamar la atención del grosero, saca ella misma su celular y se abstrae en su propia pantalla? Al parecer, entonces, la gente se reúne para ignorarse mutuamente.

Otra mala costumbre que trajo el teléfono celular es la manía por verificar constantemente la información que se dice. Si alguien quiere referirse al nombre de una película, el de una canción o cualquier otra cosa, en lugar de buscar esa información en su propia mente y de darse mañas para narrar lo que pretende, acude al teléfono celular para buscar aquello ahí. Lo mismo ocurre cuando lo que el otro dice suena inverosímil: hay que verificar en el celular. Una y mil oportunidades para que la atención se pierda. En lugar de describir los lugares y las situaciones en las que alguna vez estuvo, quien cuenta la historia prefiere abrir una vez más el bendito celular y mostrar una o mil fotos, y así, aparece otra vez peligrosamente la oportunidad de que su atención se pierda en una notificación de WhatsApp, de Tinder, de Candy Crush o de cualquier otra tontería. ¿Cree que la gente con la que hace compañía se reúne con usted para escuchar o pronunciar verdades exactas? No. Se reúnen simplemente para compartir con usted.

Imagínese una clase o una conferencia donde el profesor tuviera todo el tiempo el celular en la mano. ¿Qué pensaría su auditorio? Pensaría, sin duda, que espera una llamada, que tiene algo urgente que hacer y que, en suma, está dispuesto a interrumpir su discurso en cualquier momento. En otras palabras, que lo más importante en aquel momento para él no es la clase o la conferencia, sino cualquier otra cosa. Toda una grosería de parte de un profesor. Y dicha descortesía se repite en toda clase de escenarios.

¿Qué hacer con el celular?

Hay varios comportamientos que se pueden cambiar de manera muy simple. Vale la pena hacer una verdadera compañía y estar presente ayuda a tejer y afianzar lazos de amor, amistad, camaradería y hermandad:

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