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Destacando la labor de la mujer en la floricultura ecuatoriana

Con esta primera edición de la Revista Metroflor iniciamos también nuestra serie de reportajes titulada “Destacando la labor de la mujer en la floricultura”. No obstante, antes de comenzar debemos poner en contexto a nuestros lectores ecuatorianos: La presente serie de entregas sobre el trabajo y vida de las mujeres profesionales del sector floricultor tiene como objetivo el reconocimiento de su disciplina, tesón y fortaleza, pues logran ser excelentes profesionales a pesar de tener usualmente grandes responsabilidades familiares y ejecutar un sinfín de tareas sin tacha y sin queja. 


Nuestra primera mujer destacada

Mucho nos complace comenzar con esta serie hablando de Verónica Patricia Galarza Ocaña, ingeniera agrónoma quiteña con 22 años de experiencia profesional (14 en flores), máster en auditorías y gestiones ambientales y madre de dos hijos. Actualmente se desempeña como gerente de área de clavel y miniclavel en la finca Florequisa, situada en la parroquia rural de Otón en la provincia de Cayambe. 

Verónica, quien creció en un sector campestre de Quito, siempre se sintió atraída por la tierra y por las labores que se realizan para obtener de ella los alimentos. Llegado el momento de escoger una carrera profesional, se debatía entre estudiar agronomía o medicina. Sin embargo, una visita al anfiteatro aclaró definitivamente el panorama y provocó que la decisión final fuese por la agronomía.  

Nuestra protagonista ingresó a facultad de ciencias agronómicas junto con otros ochenta estudiantes de los cuales solo diez eran mujeres. A los 22 años ya había terminado las materias y estaba lista para comenzar su tesis, para lo cual se vinculó al Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias del Ecuador -INIAP, que para entonces tenía alianza con la Universidad de Virginia y desarrollaba un proyecto sobre resistencia de Fusarium en caricáceas. Su trabajo de investigación, que duró dos años, consistía en recolectar germoplasma de naranjilla en la zona del oriente ecuatoriano y en la Amazonía para determinar qué terrenos estaban libres de Fusarium. De la investigación se pudo concluir que la forma de transmisión de la enfermedad era a través de la semilla (no del esqueje) y que con la ampliación de la frontera agrícola aumentaba, así mismo, la presencia de la enfermedad. Una vez recolectado el material se ponía a germinar la semilla, se seleccionaban las plantas sin problemas de sanidad y se llevaban a fructificación y reproducción. 

Al terminar su tesis, Verónica se empleó en el INIAP desarrollando proyectos de investigación sobre resistencia de Fusarium en frutales (naranjilla y babaco) y sobre roya en frijol. De sus cuatro años de experiencia en dicho Instituto, nuestra protagonista rescata su formación estrictamente científica y las muchas oportunidades de enriquecer sus conocimientos a partir del estudio e identificación de muestras, que llegaban abundantemente desde todas partes del país. 


Ser agrónoma y madre

Del relato de nuestra protagonista se puede entrever que se necesita mucho tino para equilibrar la vida personal y profesional cuando se es agrónoma. Verónica se casó estando recién egresada de la Universidad. Según nos contó, si no se hubiera casado en ese momento probablemente no lo habría hecho después, pues se había vuelto amante de su profesión y más adelante quizá las cosas no se habrían dado. Así que una vez casada, empezó a buscar dónde hacer la tesis, pasó sus notas al INIAP, aceptaron su candidatura y se ocupó en la investigación como lo describimos en líneas anteriores. 

Como lo atestigua nuestra entrevistada, ser agrónoma y madre simultáneamente no es una tarea fácil. Puesto que por lo general las labores de los agrónomos se ejercen fuera de la ciudad e inician a muy tempranas horas, el tiempo disponible para el hogar disminuye necesariamente. Además, para las plantas no hay fines de semana ni festivos: hay que estar pendiente todo el tiempo. 

En su caso, cuando trabajaba en el INIAP su jornada laboral se extendía desde las 5.00 am hasta las 7.00 pm, por lo que era su madre quien se encargaba de su hijo, que aún estaba muy pequeño. Para poder dedicar el tiempo necesario a su hijo, se retiró del Instituto y suspendió sus actividades laborales durante un año, al cabo del cual decidió retomar su camino profesional sabiendo que aplazarlo por más tiempo podría significar la desconexión total. 


Las flores

Fue así que consiguió trabajo como investigadora en la Facultad de Ciencias Agrícolas de la Universidad Central del Ecuador en el Laboratorio de Biotecnología, donde estudiaba el germoplasma de las solanáceas. Su labor consistía en secar el material, hacerlo germinar y, por último, almacenarlo in vitro. El proyecto duró un año, después del cual pasó a desempeñarse en el Departamento de Sanidad Vegetal de la Agencia de Regulación y Control Fito y Zoosanitario – Agrocalidad. Allí Verónica tuvo su primer contacto profesional con las flores, pues el trabajo consistía en evaluar su calidad fitosanitaria en el proceso de concesión de permisos para el ingreso y salida del país. Su vinculación en dicha entidad no duró mucho, toda vez que con el cambio de gobierno cambió, así mismo, gran parte del personal en servicio. 

Florequisa

En 2008 Verónica Galarza ingresó a Florequisa, al área de laboratorio, donde su trabajo inicial consistía en la validación de los productos que se utilizarían en la finca. Verónica se encargaba de evaluar el grado de control, eficiencia y fitotoxicidad de los productos, primero en el laboratorio y después en campo. 

En 2012 el área de clavel y miniclavel de la finca empezó a crecer y desde la gerencia se le avisó que de ahí en adelante ella pasaría a trabajar en campo, quedando el laboratorio a cargo de otro agrónomo, Carlos Corredor. Verónica empezó como jefe de área de clavel en la parte de ejecución; hoy por hoy es gerente de área y coordina todo el proceso de producción, desde la planificación y la ejecución hasta la sanidad. Verónica tiene a su cargo 30 hectáreas de clavel y miniclavel y 230 personas. Además, asumirá el montaje desde ceros del cultivo en una nueva área que se proyecta aumentar para clavel. 

De su trayectoria por Florequisa nuestra protagonista agradece a la Dra. Elena Terán, ex gerente de Florequisa, quien le abrió las puertas de la empresa y confió en ella, así como al ingeniero Vargas y la licenciada Buitrón (antes encargada del área de clavel), quienes han sido sus maestros en el camino de las flores.  


¿Qué es lo bueno y lo malo de trabajar en flores?

Frente a esta pregunta, con mucha seguridad nuestra entrevistada nos respondió: “Todo me gusta”. En especial, le gusta que trabajar en flores supone estar totalmente conectada con el trabajo y no pensar en otras cosas. Esto, subraya, es muy importante porque una mala decisión puede tener nefastas consecuencias en el cultivo. Verónica se siente satisfecha de que el cultivo que maneja no tiene problemas de sanidad relevantes. Preguntada por las principales enfermedades limitantes de sus cultivos, nos respondió que todas ellas son manejables y que “mientras uno esté vivo y tenga salud, todo tiene solución en la vida”. En el caso de Fusarium, por ejemplo, aunque algunas variedades son más susceptibles que otras, cuando el problema se presenta se controla mediante la desinfección de suelo y evitando volver a sembrar dichas variedades susceptibles en el mismo sitio. Para el tema de Thrips las placas azules dan muy buenos resultados y para el Cladosporium, en épocas de lluvia, los manejos físicos y químicos integrados logran su cometido. Tan buenas condiciones de sanidad tienen sus claveles que, aún después de 35 años de existir el cultivo, no ha sido necesaria la hidroponía, como es el caso de otros países floricultores. 

Cuando nuestra protagonista estudiaba agronomía, ninguna de las asignaturas abarcaba el tema de las flores. Además, algunos desaconsejaban el ocuparse en este sector, pues decían que empleaba muchos productos tóxicos. Sin embargo, por su trayectoria en la floricultura, Verónica ha podido comprobar que dichas apreciaciones no tienen sustento. Nos explicó que, por un lado, las flores ecuatorianas están avaladas por diferentes sellos de calidad, lo cual implica una gran responsabilidad en temas de aplicación de insumos y cuidado del medio ambiente y del personal. Por otro lado, puesto que la floricultura es una actividad de alta precisión, se busca la utilización de productos cada vez más eficientes, lo que implica lógicamente, la aplicación de menores cantidades. Así mismo, se promueve la utilización de organismos benéficos, la biorracionalidad y el mejoramiento de los procesos para la optimización de los recursos. 

Después de todo este recorrido, Verónica asegura que nunca se ha arrepentido de haber seguido el camino de la agronomía que, a final de cuentas, tiene sus similitudes con la medicina. En efecto, los agrónomos se encargan de cuidar, atender y curar plantas; la gran diferencia con la medicina, sin embargo, es que los agrónomos se ocupan no de una sino de muchas especies y que sus pacientes no pueden decir qué es lo que sienten cuando están enfermos, por lo que toca al médico -al agrónomo- saber leer sus síntomas y entender sus necesidades. 


A propósito del día del ingeniero agrónomo…

Para despedirnos preguntamos a Verónica qué mensaje quería enviar a los agrónomos, ahora que se aproxima la celebración de su día. Nuestra protagonista felicita a sus colegas porque para ser agrónomo hay que ser entregado y tener pasión. A las agrónomas reconoce su valentía y su enorme capacidad de perseverar: “Todo lo que nos proponemos, lo podemos lograr”, concluyó. 

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